Los tarahumaras, pueblo milenario que habita hoy en las montañas de Chihuahua, en
La cultura occidental tiene fuertes paralelismos con la concepción del sueño como actividad sagrada. El judaísmo, por ejemplo, durante milenios ha basado en los sueños gran parte de su espiritualidad y contacto con Dios; hay numerosos testimonios de ello en
Traigo esto a colación porque en los años anteriores a mi primera visita al Friuli, soñé varias veces con una gran montaña que me atraía vivamente por las cumbres nevadas que la rodeaban y que parecían brillar, estremecerse en una danza contenida. Yo la contemplaba sintiendo el vértigo de una fascinación que amenazaba con pulverizarme quizás, con estallar como una llamarada de luz que cubría la tierra, el paisaje entero, el cielo, las nubes. Parte del asombro fue que en esos sueños se trataba de la misma montaña, una y otra vez. Años más tarde encontré la montaña en el Friuli. Era ella, la misma; al descubrirla, pedí que detuvieran el vehículo a un lado de la carretera, camino a Gemona, para contemplarla. Rodeada de cumbres nevadas en una danza inmensa y blanca que se hundía en el firmamento, parecía un gran surtidor de luz que me sujetaba e incendiaba, que me atraía y desintegraba, que me elevaba hacia la luz y me rodeaba de frío y fuego.
Volví a verla una mañana de noviembre del año 2006. Danilo De Marco manejaba a gran velocidad el vehículo y le pedí que se detuviera cerca de un puente, camino a Bordano, para que pudiéramos mirarla. Otra vez, ante ella, me recorrió el vértigo y la llamarada de luz, la danza de cumbres nevadas y brillantes. Pero esa mañana, como dije, no iba a Gemona, sino a Bordano. Era el motivo de mi visita. Era la razón, quizás. Esa mañana conocí al Cid y comprendí varias cosas de los sueños y de la vida.
“El Cid” es el nombre clandestino, el nombre de lucha, de Sergio Cocetta, que a los veinte años fue uno de los comandantes partisanos del Friuli, un comandante estricto, riguroso, dotado de un peculiar sentido de lo justo en el trato de los partisanos y con una profunda calidad humana que hacía olvidar lo estricto de su mando. Poderoso por su introspección, por su lenguaje nítido y calmo, por su visión interior del mundo, de los seres, de la memoria histórica, es también uno de los espíritus más fuertes y poderosos que yo he conocido en el mundo. Tanto por mis sueños con la montaña cercana a su casa, como por la intensidad de la presencia del Cid, sentí vivamente los recuerdos de la sierra tarahumara y de los sipames y owirúames, que llaman a los pueblos rarámuris las columnas del mundo. Lo mismo me parecía reconocer en la fortaleza física e interior del Cid: con otro color de tez y de ojos, con otra vestimenta y en otras montañas, era palpable la seguridad interior, la conciencia natural de las columnas del mundo. Estaba yo, otra vez, en montañas diferentes, con uno de ellos. Hace poco tiempo, cuando él estaba por rebasar los ochenta años de vida, aún recorría en bicicleta, en verano y en invierno, las carreteras de la comarca, particularmente para trasladarse a Venzane, donde comíamos con él cuando lo visitábamos. Ahí hemos conversado, caminado, visitado algunos sitios. Una vez fuimos a la vieja iglesia de piedra de Venzane, que estaba cerrada; le pidió al párroco que le abriera y nos dejara entrar para que yo cantara. El Cid fue a sentarse en las últimas filas de la iglesia vacía y canté el Ave María de Schubert. Ahí descubrí un secreto de su introspección: acudía a la iglesia a reflexionar, a recordar; no iba a las misas, sino al silencio y soledad del espacio, de la atmósfera. Los restos de muros que los venecianos erigieron siglos atrás, las escarpadas montañas de los Prealpes que ahí se inician, la majestad de la gran montaña, hallaban una especie de reproducción a escala en la adusta iglesia de piedra. En una fotografía histórica de la carretera que sale al norte de Údine se ve un letrero enorme con la advertencia en alemán: Bandengebiet/ strasse cividale-Udine/ nur im geleit befahrbar/, y con la advertencia en italiano: Zona infestata dalle bande/ estrada cividale-Udine/ puo essere soltanto percorsa con la scorta/. En alemán sólo dice “Zona de bandas”; en italiano se agrega “infestada”. En ambos idiomas se explica que sólo puede recorrerse la carretera con convoyes o escoltas militares.Es una vieja tradición llamar bandidos a los guerrilleros, particularmente cuando combaten a ejércitos invasores. Así llamaron los turcos a los guerrilleros griegos que los resistían: kleftés, bandidos. En México también ha ocurrido lo mismo desde Hidalgo y Guerrero, Villa y Zapata, hasta Lucio Cabañas y los jóvenes combatientes reprimidos durante
Una tarde en Venzone me preguntó con una voz lenta y baja, de reflexión, de confidencia, como entonaba también la voz mi padre. “¿Quién eres? ¿Por qué has venido ahora? Trato de recordar quién eres. Somos los mismos, somos de los mismos”. Su vigor interior, su presencia familiar, provocaba, en efecto, la peculiar sensación de haberlo conocido siempre, de haberlo reencontrado. La última vez que salimos de Bordano, habiendo dejado al Cid ya en su casa, pedí a Danilo que detuviera el vehículo en que regresábamos cerca del puente para despedirnos de la gran montaña. Admirándola, comprendiendo ahora que, entre otras cosas, vecina al Cid, ella de algún modo lo custodiaba, tuve presente mi primera conversación con él: “Es el Ciampón”, me había dicho el Cid. “Le decimos Ciampón porque es Monte Mayor. Es un nombre prelatino”. El Cid y los Prealpes, la fuerza y la memoria del Cid en los caminos inesperados de los sueños.